domingo, 23 de febrero de 2014

Noviercas, años cincuenta

Alfonso García recordando viejos tiempos
Fotos: Leonor Lahoz

Con el Moncayo avizor, Noviercas y sus 179 habitantes según el último censo, reciben a sus gentes y a los que arriban a visitarles, con una calidez que contrarresta el frío lanzado por la cumbre nevada del monte más alto del Sistema Ibérico.
La atalaya altomedieval, el recuerdo de Bécquer y Casta, la mole de la iglesia, la leyenda de los Infantes de Lara, las lagunas, las numerosas ermitas, las piedras enormes en jambas y dinteles, las columnas del pórtico del Ayuntamiento, todo habla de una grandeza que, poco a poco, va difuminándose en el tiempo. Conscientes de ellos, los noviercanos han creado una asociación cultural, “Nueva elevada”, con la pretensión de conservar lo que todavía queda y de revivir aquello que pueda seguir perdiéndose.
Vestido a la usanza de aquellos años
Una de esas actividades, etnografía y recuerdo, tuvo lugar el pasado sábado, día 22 de febrero. Se trataba de rememorar una fiesta de quintos, tal y como se hacía en los años cincuenta. Los quintos eran los mozos que ya estaban avisados para irse a servir a la Patria, servicio militar, o vulgo mili, que por aquel entonces podía llegar a durar hasta tres años en la vida de un joven de veintiuno. Se trataba pues de un trance duro y fundamental en la vida de los hombres. Así que no resulta raro que lo celebraran entre el temor a la ausencia y la curiosidad por saber qué les iba a deparar esta larga ausencia, en ocasiones a muchos kilómetros de distancia del pueblo y, por lo tanto, de la familia, los amigos y la novia, si la tenía.
A rondar a las mozas
La primera celebración que los mozos, ya quintos, habían celebrado unos años antes, era la entrada a mozo, que tenía lugar entre los 14 y los 16 años, según lugares. Esta entrada a mozo, que debían pagar a modo de impuesto festivo, ya en dinero, ya en vino, era más esperanzadora que la fiesta de los quintos.
En el lavadero bailando.
Alfonso García, de 89 años, el más viejo del pueblo como dice él mismo, aunque viven mujeres de más edad, nos explicó que en los años cuarenta, cuando él entró en quintas, eran trece los jóvenes en la misma situación. Como era costumbre, fueron los encargados de organizar las fiestas de Carnaval. El Jueves Lardero iban por las casas pidiendo para los quintos –la gallofa es el nombre que le dan en muchos lugares de Soria- y debían estar atentas las mujeres para que no se extraviara alguna vuelta de chorizo de la despensa o alguna gallina del corral, todo ello en plan festivo y sin consecuencias. Hasta el lunes disfrutaban los quintos de unos días que tardarían tres años en volver a celebrarlos. El lunes acudían con la rondalla hasta el lavadero, donde mujeres y mozas lavaban la ropa, para rondarlas y echar unos bailes.
El viejo lavadero.
Y estas costumbres, condensadas en una tarde, fueron las que revivieron los noviercanos el pasado sábado. Todos iban vestidos como hace más de sesenta años: calzones de pana, albarcas algunos y boinas para ellos. Vestidos por la media pierna, chales de ganchillo y pañuelos en la cabeza para ellas. Tirantes para los niños, y unos zancos que en la época, ante la falta de recursos económicos, se hacían con latas de conserva atravesadas por una cuerda. Encendieron una luminaria en la plaza, rondaron con canciones de la época en las que abundaban –como en toda la provincia- las jotas y bajaron hasta el gran lavadero cara al sol, donde las mujeres lavaban como antes, con jabón hecho en casa y tal vez en Noviercas también blanquearan con ceniza colada, para rondarlas y requerirlas de bailes.
Pidiendo para los quintos.
Después, recorrieron el pueblo pidiendo a las mujeres, las guardianas de todo lo doméstico, las viandas para los quintos. Fueron generosas, llenaron el carro y los quintos colocaban un papel donde se podía leer “Pagó”. Después, las ascuas sirvieron para asar lo crudo y calentar las tortillas que habían sido regaladas.
Nadie se escapaba de pagar la gallofa.
Seguro que la fiesta seguiría hasta bien entrada la noche. Estas demostraciones deberían repetirse y hacerlo con la verosimilitud de la fiesta de quintos de Noviercas. Resulta emocionante, cuando se hace bien como es el caso, revivir aquellos años de los que sólo conocemos por aquello que nos cuentan.




 José Félix con los zancos nuevos de tiempos viejos hechos por él.

1 comentario:

Unknown dijo...

Un reportaje precioso y emotivo. Lástima que no os quedárais a cenar. Para el año que viene estás invitadas.

Un saludo